
Por Paula López
Milei y la ultra derecha -o el anarcocapitalismo- en general, no paran de colocarnos a nosotras, las feministas (o las de la “agenda woke”, como le gusta decir a él sólo porque así está de moda en X) en el epicentro de su discurso.
Esa “batalla cultural”, evidentemente tiene razón de ser en tanto las feministas hemos logrado determinados avances, consensos sociales o reconocimientos que hacen que valga la pena que nosotras seamos la base sobre la cual dan su pelea.
Porque efectivamente, hablan mucho más de las cuestiones de géneros y diversidades que de la economía en sentido estricto. Bueno, es una forma indirecta de reconocer que el grado de participación y organización de las mujeres, las diversidades -y los varones- tuvo, y podrá tener, implacables connotaciones en la organización de la sociedad y la redistribución de la riqueza en favor de los que menos tenemos, y por ello apuntan a desarmar(nos).
Las mujeres como sujetas políticas hemos estado cuestionadas a lo largo de la historia universal. Un mundo construido por y para varones y una historia relatada por el modelo hegemónico patriarcal del varón cis, blanco y heterosexual ha dispuesto a Eva como la primera pecadora -la primera en cometer un delito, robar el fruto prohibido-, a las mujeres como brujas en la época de la inquisición, a las sufragistas como peligrosas, y así se podría continuar con más ejemplos.
Milei piensa el futuro desde un paradigma construido -y desarticulado- mucho antes de la Revolución Industrial que tanto habla. Parece que ya hubo un grupo de hombres, Ferrero y Lombroso en el año 1898 que también se preguntaron, como Milei en el año 2025, por qué no estábamos tan presas como los varones.
Estos investigadores, a fines de 1800, sostenían a partir de la interpretación de estudios anatómicos que “las monstruosidades en las que la mujer abunda son formas de enfermedad, consecuencias de desórdenes en los óvulos” (p. 107). Asimismo, afirmaban que “la mujer delincuente necesariamente presenta las dos características más salientes de la mujer primaria, a saber, la precocidad y el menor grado de diferenciación de machos” (Ferrero, Lombroso, 1895, p. 113).
Con esto, lo que hacían era reforzar los cimientos del patriarcado: la mujer peligrosa es la que más se aleja de los roles, atributos y expectativas asignadas a las feminidades. Y por lo tanto, la que más se asemeja al varón.
Esta distinción biológica, anatómica y química entre los sexos ha signado no sólo la construcción de estereotipos e identidades, sino que también marcó “una base ontológica para la diferenciación política y social” (Scott, 2013, p. 20) entre los varones y las mujeres y las diversidades sexo-genéricas. ¿Qué queremos decir las feministas con esto? Que el relato del mundo, básicamente, fue construido a partir de los varones y nosotras fuimos medidas, observadas, asignadas a espacios y reconocidas, a partir de nuestras similitudes o diferencias respecto de ellos.
En esta línea de pensamiento, los derechos humanos para ser legitimados como universales, fueron construidos sobre la abstracción de las diferencias entre los individuos, logrando así la institución de un sentido que es falaz: que todos y todas somos iguales.
¿Iguales a quién? ¿A nosotras mismas o al modelo del varón universal? (Scott, 2013).
Esta lógica patriarcal que intenta justificar que por el simple hecho de existir somos iguales, es lo que posiblemente haya llevado a la necesidad de encontrar instrumentos jurídicos específicos de protección de las mujeres. ¿Por qué? Porque paradójicamente, la declaración universal de derechos humanos, no nos ha servido a las mujeres para protegernos de las violencias y de impedir que nos maten en los ámbitos en que desarrollamos nuestras relaciones interpersonales.
Pero así como nos ocupamos de la prevención de las violencias, nos ocupamos de la inserción en el mundo del trabajo. Y acá no se trata de patalear. De ningún modo nos quejaremos de que todos los plomeros sean varones. Por un lado, vamos y aprendemos los oficios tradicionalmente masculinizados en esto de deconstruir roles. Por otro lado, tratamos de incorporarlos a ellos a las agendas de cuidado de nuestrxs hijxs, personas mayores y otrxs que en las familias requieran especial atención. (Ojalá supieras, Milei, la diferencia que hace que nuestras infancias puedan ser criadas en un ámbito de igualdad, amor y contención). Pero también estamos dando otra discusión, que es la de la incorporación de las mujeres a los ámbitos de decisión política, a la economía, a la tecnología. Así que no, no quieras vernos plomeras cuando ustedes pretenden financiarizar el mundo.
Y no, el aborto no tiene que ver con la superpoblación de la Tierra como sí con el verdadero ejercicio de la libertad del cuerpo gestante. Como tampoco se quiere imponer ninguna transición sexo-genérica a nadie, más lo único que se persigue es que cada unx, con su identidad y afecto, sea libre de ser, justamente.
Nosotras, víctimas, jamás. Pero en algo sí, Milei tiene razón: nos resistimos a este cambio.
Nos resistimos porque sólo traerá dolor y desigualdad para nuestra comunidad. Por eso, las feministas de brazos enlazados una con la otra -y con el otro que quiera como nosotras, una sociedad construida desde la solidaridad- somos el dique de contención de esta catarata de odio y revanchismo disfrazado de libertad.