Por Paula López

Resulta muy difícil expresar con palabras algo que, en este momento, brota desordenado e
impulsivo como fuego que arde en las entrañas. Quizás sea enojo. Sí, está bien decirlo. Enojo.
No siempre encontrarán en nosotras oraciones sacadas del último documento académico en
materia de género. Porque cuando las injusticias nos conmueven, hablamos con el corazón
puesto en cada compañera.

No vamos a analizar una situación que es terriblemente dolorosa para una mujer y todo su
círculo, en términos de gestión de gobierno. No es necesario poner blanco sobre negro respecto de qué signo partidario hace tal o cual cosa por las políticas de género, primero, porque de eso ya se está hablando y segundo, porque ámbitos para ello no nos faltarán. Y tampoco tenemos que dar explicaciones, nosotras, por ellos.

Hoy, esto nos sacude. Pero no nos confundamos, la violencia por motivos de género no tiene nada de pasional. Es una estructura sólida y funcional a los sistemas de poder, tan enorme y pregnante que, aunque nos duela, muchas muchísimas mujeres alrededor del mundo la hemos transitado alguna vez. Nosotras. Nuestra madre. Nuestra tía. Nuestra amiga. Alguna.

Esa memoria que se aloja en el cuerpo, nos marca a fuego cada vez que volvemos a escuchar
una historia.

Esas vivencias que a muchas nos tocó transitar, son las que nos permiten reconocer las distintas expresiones de la violencia, y por eso no extraña que quien la ejerza en un lado, la ejerza en otro, Por eso quizás generó tanta incomodidad el reportaje a nuestra compañera Mayra Mendoza.

Es cierto, no existe tal cosa como un perfil del violento de género. Pero sí existe una cadena de
violencias de distinta intensidad, que algunos varones ejercen en los diferentes ámbitos en los
que se desempeñan en su cotidianidad. Porque esto también es así, la violencia por motivos de
género no sólo se da en el ámbito privado, doméstico. Se manifiesta en la vía pública, en los
medios de comunicación, en las instituciones, en el Poder Judicial, en el ámbito político.

Con la casi obligación de mantenernos mesuradas, de no plantar sospechas a cada paso, de no ver fantasmas, siempre tendemos a desear que no sea así. Por eso quizás generó tanta incomodidad el reportaje a nuestra compañera Mayra Mendoza. Porque no hay un “manual de la buena feminista” y porque muchas,o las mayoría de las veces, lo que tenemos para decir no es confortable de escuchar. Evidentemente, tampoco es una posición cómoda para las mujeres que denuncian situaciones de violencia, o que llaman la atención sobre el ejercicio de la violencia política. Muchas de nosotras hablamos de los lentes violetas, y la cosa es así: cuando empezás a ver la sociedad desde la perspectiva de géneros, es imposible no reconocer las violaciones a los derechos de las mujeres y las diversidades.

Y ojalá no hubiera sido así, ojalá hubiésemos visto fantasmas donde no los había. Ojalá los varones en puestos de enorme poder tuvieran la mínima sensatez de la coherencia entre la palabra y la acción política pública, y la acción política privada. Ojalá tuvieran la sensatez de correrse a un lado cuando saben que no le hacen honor a la responsabilidad para la que fueron elegidos. Ojalá no se embanderen en las causas que para ellos son cuantitativas, acumular masa de votantes, cuando para nosotras nos significan la vida. Literalmente, la vida.

Ojalá tuvieran el sentido mínimo de humanidad de no ejercer violencia por motivos de género.
Y por favor, que esto tampoco sea un medidor de indignación: ¿qué violento te enoja más?, ¿Qué partido político tiene más violentos?

En cambio, que sea un llamado a un nuevo pacto democrático, pero de verdad. Que no se nos
juzgue más a las mujeres por confiar en alguien, en cambio, que se juzgue en el marco de la Ley a quienes nos violentan. Y también, que se juzgue como sociedad a quienes traicionan su
contrato electoral.

Aún con el diario de hoy, y como toda militante feminista, siempre ardiendo en el deseo de
transformarlo todo, de esta salimos sabiendo que a nosotras, nos representan las nuestras.