El repudio a la proscripción de CFK ganó la agenda. Más allá de su volumen, de la discusión de cifras, esa narrativa impuso sus términos: corrió del centro a un gobierno que venía cómodo en el debate público e introdujo allí -al menos en parte- otros ejes conceptuales. Sin embargo, habrá, qué duda cabe, algún fragmento de la sociedad y uno más importante aún de la política que haya festejado ese encarcelamiento. Acumulados nuevos hechos desde esa condena, se vuelve urgente indagar en los motivos de aquella celebración. En doble sentido.

¿Habrá quienes legítimamente estén convencidos de que un aprisionamiento es per se capaz de mejorar la economía? Repásense algunos datos. Apenas, los informados desde la decisión de la Corte Suprema de Justicia contra Cristina. El más obvio de los cuales es el que ella misma problematizó en su mensaje de Parque Lezama. La desocupación no bajó e incluso siguió subiendo a pesar del crecimiento económico interanual -desde el subsuelo al que había arrojado la actividad la maxidevaluación que Javier Milei definió al comenzar su mandato, cuyos efectos positivos se evaporaron sin mayor derivación virtuosa: un esfuerzo, sobre todo, inútil. Para peor, afecta más en las zonas tradicionalmente industriales (GBA y Gran Córdoba).

La conclusión es obvia: el modelo está funcionando. El PBI se recuperó de la mano de la intermediación financiera, siendo que los incentivos están puestos en ese sector. El resto de la economía, capaz de generar empleo, se hunde sin piso a la vista.

Ello se corrobora en el dato de consumo, que si no está en rojo es gracias a las compras de importados, que crecen al 30%, en tanto las expos caen más de 7% -más por cantidades que por precios y centradas en actividades extractivas-. Con déficit récord en la balanza de pagos, el círculo cierra a la perfección. Por dónde se mire, se advierten las consecuencias de la apuesta a un esquema de dólar barato, reprimarización y financierización de la economía. De esta manera, avanzará el desempleo, apenas maquillado por las actividades de aplicaciones. Y, se sabe, debilitada de tal modo la fuerza laboral, el salario no tendrá músculo para recomponerse, lo que retroalimenta el círculo vicioso tantas veces visitado en nuestra historia.

La noticia pésima para este esquema de la permanencia de Argentina como mercado particular confirma una presunción: quienes se tentaron con los presuntos beneficios de excluir electoralmente a un dirigente, cualquiera sea, se toparon demasiado pronto con la realidad. Quienes toman esas decisiones miran números antes que sentencias. Los fundamentales de nuestro país, los del frente externo, no cierran, y frente a eso no hay CFK presa que valga. No alcanza el superávit fiscal, valioso como concepto, pero mal realizado (por esta vía, atentará contra sí mismo). El gobierno nacional incurrió en numerosas inconsistencias para generar puentes hasta la llegada de financiamiento externo que suplantase lo que la balanza comercial no da, ni dará. Pese a tanto nado, se quedó a mitad del río: El Riesgo País sigue firme arriba de 600 puntos, cuando se requiere la mitad para recuperar capacidad crediticia.

Y a propósito ya del elenco dirigencial. ¿Se creerán a salvo? Los ataques hoy se concentran en la figura de Cristina. Pero nadie, peronista o no, debería dormir tranquilo con semejantes precedentes jurisprudenciales dando vueltas, listos para cuando la ocasión lo amerite. A horas del fallo proscriptivo, el presidente Milei fue amenazado abiertamente nada menos que desde las páginas de Clarín por el caso Libra. Mauricio Macri, el diseñador de la fracción antikirchnerista -mayoritaria- del poder judicial, vio que se movía la causa Correo. Y hasta Patricia Bullrich fue notificada de la condena de prefectos navales a su cargo por el asesinato de Rafael Nahuel, con la doctrina sentada contra Cristina (“no podía no saber”) picando cerca.

La peruanización de la política (con respeto a un pueblo amigo de Argentina) refiere a una dirigencia cuyos miembros devienen en descartables y son removidos en tribunales, más allá del voto popular, si así se requiere para salvar un modelo económico en el que un círculo bien pequeño vive bien mientras una inmensa mayoría se queda afuera y tiene que arreglárselas por las suyas, con deserción electoral masiva y fragmentación partidaria extrema como frutillas obvias de este postre indigesto. Con todo esto nos estamos familiarizando peligrosamente.

El establishment quiere el poder afuera de las urnas, aún si de ellas surge un amigo suyo.